COMENTARIO DE ARTE: RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA Y HOSPITAL DE LA CARIDAD

Comentario de arte: iglesia y hospital de la Caridad

Los retablos constituyen una de las manifestaciones más representativas del arte sacro, al combinar arquitectura, escultura y pintura con una fuerte carga simbólica y espiritual. En ellos se materializa el poder evocador de las imágenes al servicio de la fe, convirtiendo el espacio litúrgico en un auténtico escenario de lo sagrado.

La imagen objeto de análisis es un ejemplo de ello. Se trata del retablo mayor de la Iglesia y Hospital de la Caridad, localizado en Sevilla. El diseño y la construcción fueron realizados entre 1670 y 1675 por Bernardo Simón de Pineda, las esculturas son obra de Pedro Roldán y el dorado y la policromía corresponden a Valdés Leal. Todos ellos maestros del Barroco español.

El Retablo fue un encargo de D. Miguel de Mañara, rico comerciante a quién la muerte de su esposa en el 1661, le hace replantearse los aspectos más profundos de la vida. Así, decide ingresar en la Hermandad de la Santa Caridad, una antigua institución de la ciudad que se remonta hasta la Edad Media y que se dedicaba a socorrer a los pobres y enterrar a los condenados y ahogados del Guadalquivir, cuyos cuerpos nadie reclamaba.

El retablo es la estructura arquitectónica, pictórica y escultórica que se sitúa detrás del altar en las iglesias católicas (en las ortodoxas no hay una función semejante, dada la presencia del iconostasio, y en las protestantes suele optarse por una gran reducción de la decoración). La palabra proviene de la expresión latina retro tabula («tras el altar»).

El material utilizado es variable, aunque mayoritariamente está realizado en madera. Si bien, pueden aparecer otro tipo de materiales como toda clase de piedras, metales, esmalte, terracota, estuco, etc.

Este retablo manifiesta, como solía ser habitual, una mezcla de las tres artes plásticas principales: la arquitectura, escultura y la pintura. Por ello, realizaremos un análisis formal de cada una de ellas.

Desde el punto de vista arquitectónico, el retablo se levanta sobre un zócalo para evitar la humedad del suelo. La parte inferior que apoya sobre el zócalo se llama banco o predela, y se dispone como una sección horizontal a modo de friso que a su vez está dividida en compartimentos y decorada. El retablo está dividido en dos cuerpos (secciones horizontales separadas por molduras) y tres calles (secciones verticales, separadas por pilastras o columnas). Las unidades formadas por estas cuadriculas de calles y cuerpos se denominan encasamentos.

En el primer cuerpo y en la calle central se sitúa un conjunto escultórico que representa el entierro de Cristo. El fondo de este espacio se halla decorado con una pintura que refleja la crucifixión de Cristo. Este cuerpo central está delimitado por cuatro columnas que parecen ser de un orden corintio estilizado (quizás denotando influencia musulmana anterior). Sobre este capitel se levanta un entablamento que esta rematado por una cornisa, sobre la que descargan arcos de medio punto, los cuales, forman parte de una cúpula de media esfera que se levanta sobre pechinas, y que corona la escena.

A ambos lados de la escena central del primer cuerpo se hallan dos calles laterales delimitadas por columnas de orden salomónico (comparar con otros edificios como Baldaquino de San Pedro del Vaticano de Bernini). Estas columnas aluden al antiguo templo de Salomón. En el centro de cada una de las calles laterales aparecen dos esculturas: la de San Roque (derecha), como protector de las epidemias y San Jorge como titular del templo.

Por lo que respecta al cuerpo superior, hemos de indicar que se encuentra enmarcado en un profundo arco de medio punto decorado con casetones, que parecen dibujar elementos tanto orgánicos como geométricos en su interior. En el centro del segundo cuerpo y coronando la calle central hay una alegoría de la Caridad rodeada de niños. En los laterales, coronando las calles laterales, hay representaciones alegóricas de la Fe y de la Esperanza.

La decoración de todo el entramado es exuberante, destacando el dorado que se entremezcla con los fondos oscuros, originando un contraste cromático muy típico del estilo Barroco.

Por lo que respecta al conjunto escultórico, el tema del Entierro de Cristo ocupa el lugar principal del conjunto. Vemos como el cuerpo de Cristo se halla sobre un sarcófago. Está rodeado de diferentes personajes. En un extremo, José de Arimatea sostiene el cuerpo de Jesús; en el otro, Nicodemus abraza y besa de manera teatral los pies del Maestro. En el centro, la figura de San Juan ayuda a envolver el cuerpo en el sudario. Tras ellos, en un segundo plano, las figuras femeninas de las Tres Marías conteniendo los gestos de dolor. La disposición se corresponde con las reglas de la Hermandad, que establecían que los hermanos debían recoger el cuerpo de los ajusticiados del mismo modo que lo habían hecho los Santos Varones con el de Cristo. Tras estas figuras aún es posible ver otras dos, las de dos sirvientes soportando el peso enorme de la losa que habría de sellar la sepultura y que oculta casi por completo a uno de ellos.

La escultura, al igual que el resto de las del retablo, y debido a la naturaleza del mismo, está hecha para ser vista de frente, pues se encuentran adosadas a la estructura.

Las figuras transmiten movimiento pues se encuentran en diversas posiciones (con los brazos en alto; agachando la cabeza; etc.). Son figuras proporcionadas que se basan en el natural. Si nos fijamos en los rasgos del rostro de los personajes observamos que muestran sentimientos de pena, angustia, tristeza… son figuras que nada deben al idealismo. Sin embargo, la escultura sevillana no ahonda tanto en el patetismo como si lo hace la escuela castellana. Si comparamos los cristos yacentes, por ejemplo de Gregoria Fernández con el de este retablo encontraremos las diferencias más destacadas entre ambas escuelas. La Sevilla, algo más clásica, presenta más ropaje, joyas, etc. y menos sangre, heridas, etc. 

La escena refleja contrastes lumínicos. Esto es acentuado por el tratamiento de los ropajes de las figuras. Hay una gran cantidad de pliegues, que representan ropas abultadas, con mucho volumen de manera que unas zonas permanecen más iluminadas que otras.

La sensación de profundidad se consigue superponiendo las figuras en diferentes niveles, más o menos próximas al espectador, estando el cuerpo de Cristo en primer plano.

Se trata de una composición cerrada, sobre todo, por la limitación arquitectónica del retablo. Las figuras se colocan en círculo alrededor del cuerpo de Cristo.

Se trata de figuras estofadas. La madera se pintaba con pan de oro que luego se cubría con pinturas de otros pigmentos. Posteriormente se rallaba una parte para dejar salir el pan de oro al exterior. La escena presenta una gama cromática variada predominando los colores oscuros de los personajes que rodean a Cristo (verde, azul, rojo), con el color claro de la piel de Cristo y del blanco de su faldón.

En este cuerpo inferior también destacan, en las calles laterales, las figuras de San Roque (a nuestra derecha) y San Jorge (a nuestra izquierda). San Roque fue un peregrino occitano que se desplazó a Roma. Recorrió Italia y se dedicó a curar a todos los infectados de la peste. Fue canonizado en 1584, siendo venerado como santo por la Iglesia católica, que celebra su festividad el 16 de agosto. Es uno de los tres patrones del peregrino. Tal y como observamos en la imagen, aparece vestido de peregrino con bordón, sombrero y capa, herido en su pierna derecha, y acompañado de un perro llamado Rouna y un ángel. Por su parte, San Jorge fue un soldado romano de Capadocia (en la actual Turquía). Se le atribuye haber vivido entre 275 o 280 y el 23 de abril de 303.

En el segundo cuerpo encontramos diversas figuras correspondientes a alegorías. Así, la de la parte central representa a la Caridad. Aparece con el brazo derecho levantado. La figura se enmarca dentro de un gran medallón o almendra mística. Tiene a dos ángeles a sus pies y, también, alrededor del medallón, que se encuentran en diversas posiciones (meditando, orando…), un tanto giradas con respecto a la visión del espectador.

Finalmente, en los laterales, aparecen dos figuras prácticamente exentas, correspondientes a las alegorías de la Fe y de la Esperanza, cuyas características formales son similares a las comentadas a lo largo de este profundo análisis.

También hemos de señalar, aunque sea brevemente, aspectos relacionados con la pintura que encontramos en la parte central. El tema iconográfico, como indicábamos al comienzo, hace referencia a otro tema de la Pasión de Cristo, la crucifixión. Vemos, por lo tanto, tres grandes cruces, localizadas, según los evangelios, en el monte Gólgota. Una de ellas corresponde al Buen Ladrón (Dimas), y la otra al Mal Ladrón (Gestas). Sin embargo, la central, la que correspondería a Cristo permanece vacía. ¿Por qué? Cristo no aparece en la cruz porque ya han descendido su cuerpo de ella y, sus seres queridos, se disponen a enterrarlo. En la representación pictórica encontramos algunos aspectos propios de la pintura Barroca como, por ejemplo, la posición de las figuras (la de la derecha nos da la espalda; la central que está cogiendo las escaleras también; se domina la perspectiva tanto atmosférica como lineal…). Sin embargo, no encontramos ni los contraste lumínicos tan propios de este estilo (basta recordar a autores como Ribera con su San Jerómico), ni el movimiento tan exagerado, tensión… es una pintura más serena.

El Barroco surge en Europa a finales del siglo XVI como respuesta al clima de inestabilidad religiosa, política y social generado por la Reforma protestante y la posterior Contrarreforma católica.

En España, el Barroco se desarrolla en un contexto especialmente complejo: el siglo XVII coincide con el reinado de los Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), un periodo marcado por la decadencia del Imperio, la crisis económica y demográfica, la pérdida de hegemonía internacional y una fuerte tensión social.

La escultura barroca española es una de las más originales y sobresalientes del arte europeo del periodo, marcada por la policromía, el realismo emocional y el uso frecuente de materiales como la madera. Se desarrollan tres grandes escuelas: la castellana, la andaluza y la murciana.

La escuela castellana, con centros como Valladolid, se caracteriza por su sobriedad y dramatismo contenido. Destacan escultores como Gregorio Fernández, maestro del realismo doliente, con obras como el Cristo yacente o el Descendimiento.

La escuela andaluza, especialmente en Sevilla, muestra un estilo más decorativo, teatral y emocionalmente intenso. Es la escuela a la que pertenece el retablo de la Caridad. Destacan artistas como Juan Martínez Montañés, con una escultura serena y clasicista, y sobre todo Pedro Roldán, autor del retablo mayor de la Iglesia de la Caridad, cuya obra combina movimiento, expresividad y gran virtuosismo técnico. Su hija, Luisa Roldán, «La Roldana», será otra figura clave del barroco hispano.

La escuela murciana, desarrollada sobre todo en el siglo XVIII, tiene en Francisco Salzillo a su máximo representante. Su estilo, más dulce y sentimental, anticipa en parte el rococó y tuvo gran aceptación popular, especialmente en las procesiones de Semana Santa.

Pero no solo destacó este siglo por la escultura. La pintura barroca española alcanzó un gran esplendor con artistas como Diego Velázquez con Las Meninas y La rendición de Breda, Francisco de Zurbarán con San Hugo en el refectorio de los cartujos, La Inmaculada y Agnus Dei, Bartolomé Esteban Murillo con La Virgen de la Servilleta, La Inmaculada del Escorial y El joven mendigo, y José de Ribera con El martirio de San Bartolomé, San Andrés y El sueño de Jacob.

En la arquitectura barroca española destacan obras como la fachada del Obradoiro de la catedral de Santiago de Compostela de Fernando de Casas Novoa, la iglesia de San Luis de los Franceses en Sevilla de Leonardo de Figueroa, la iglesia de San Esteban en Salamanca de Rodrigo Gil de Hontañón, etc.

El retablo mayor de la Iglesia y Hospital de la Caridad es una de las mejores expresiones del arte barroco sevillano y español, no solo por su calidad técnica y riqueza decorativa, sino por su capacidad de conmover al espectador y transmitir un profundo mensaje espiritual. En él confluyen las principales características del Barroco: teatralidad, devoción, expresividad y una cuidada integración de escultura, arquitectura y pintura al servicio de una idea: la exaltación de la caridad cristiana como valor supremo. Su análisis permite comprender cómo el arte barroco fue mucho más que una forma estética: fue un lenguaje visual al servicio de la fe, la identidad y el poder.

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