Comentario de texto histórico: Manifiesto de Manzanares

Españoles: La entusiasta acogida que va encontrando en los pueblos el ejército liberal; el esfuerzo de los soldados que lo componen, tan heroicamente demostrado en los campos de Vicálvaro, el aplauso con que en todas partes ha sido recibida la noticia de nuestro patriótico alzamiento, asegura desde ahora el triunfo de la libertad y de las leyes que hemos jurado defender (…).

Nosotros queremos la conservación del Trono, pero sin la camarilla que le deshonra; queremos la práctica rigurosa de las leyes fundamentales mejorándolas, sobre todo, la electoral y la de imprenta; queremos que se respeten en los empleos militares y civiles la antigüedad y el merecimiento; queremos arrancar los pueblos de la centralización que los devora, dándoles la independencia local necesaria para que conserven y aumenten sus intereses propios, y como garantía de todo queremos y plantearemos bajo sólidas bases la Milicia Nacional. Tales son nuestros intentos, que expresamos francamente sin imponerlos por eso a la Nación. Las juntas de gobierno que deben irse constituyendo en las Provincias libres, las Cortes Generales que luego se reúnan, la misma Nación, en fin, fijará las bases definitivas de la regeneración liberal a que aspiramos. Nosotros tenemos consagradas a la voluntad nacional nuestras espadas, y no las envainaremos hasta que ella esté cumplida.

Cuartel General de Manzanares, a 7 de julio de 1854. El General en Jefe del Ejército Constitucional, Leopoldo O´Donnell, Conde de Lucena.

El liberalismo español del siglo XIX fue un largo intento de hacer convivir la libertad con el trono, la ley con la tradición. Entre sus crisis y renacimientos se forjó la conciencia política de una nación que aún buscaba su forma definitiva. No fue un proceso lineal, sino una serie de rupturas, pronunciamientos y proyectos inconclusos que, pese a su fragilidad, revelan la fe de una generación en el poder transformador de la política. En esa continua pugna por regenerar el Estado sin quebrar la legitimidad monárquica, se inscribe el espíritu del texto objeto de comentario.

Nos hallamos ante una fuente primaria de naturaleza histórico-circunstancial, de carácter político y programático, vinculada a un hecho concreto, la revolución liberal de 1854, y con finalidad propagandística. Es una proclama pública, destinada a justificar el pronunciamiento militar de Vicálvaro y, simultáneamente, a captar el apoyo de la población civil, especialmente de las clases medias urbanas.

El texto fue elaborado en Manzanares (Ciudad Real) el 7 de julio de 1854, en un contexto de profunda crisis política, económica y social del régimen isabelino. El autor material fue Antonio Cánovas del Castillo, mientras que su firma correspondió a O’Donnell, figura militar que encarnaba la autoridad del movimiento. El destinatario es el pueblo español, en particular los sectores liberales moderados y progresistas descontentos con la política restrictiva de los gobiernos de la llamada “Década Moderada” (1844–1854).

El Manifiesto de Manzanares posee una estructura retórica cuidadosamente construida, en la que Cánovas conjuga la legitimación del levantamiento militar con la apelación al sentimiento nacional y al ideario liberal. La idea principal que vertebra el texto es la defensa de una regeneración moral y política del liberalismo español, mediante una reforma profunda del sistema isabelino que preserve la monarquía pero depure el absolutismo encubierto que la rodea.

Entre las ideas secundarias destacan varias líneas argumentales:
en primer lugar, el elogio al ejército liberal, presentado como brazo armado de la libertad, que “tan heroicamente se ha mostrado en los campos de Vicálvaro”; en segundo lugar, la exaltación del entusiasmo popular y del apoyo de los pueblos al pronunciamiento, lo que pretende conferir al movimiento un carácter de legitimidad nacional; en tercer término, la reivindicación de la monarquía constitucional sin camarillas, una monarquía reformada y sujeta al principio de legalidad; y, por último, el programa político de reforma: revisión de las leyes fundamentales, con especial atención a la ley electoral y la de imprenta, la revalorización del mérito y la antigüedad en el acceso a cargos públicos, la descentralización administrativa mediante una “independencia local”, primer eco del municipalismo progresista, y la creación de la Milicia Nacional como garantía ciudadana de las libertades.

El texto concluye con una apelación de alto contenido político y simbólico: la soberanía última pertenece a la Nación, y serán las Cortes Generales, elegidas libremente, las que determinen las “bases definitivas de la regeneración liberal”. Cánovas introduce así una concepción de la monarquía constitucional basada en la voluntad nacional, anticipando su propio pensamiento político posterior, que cristalizará en el sistema de la Restauración de 1875.

El Manifiesto de Manzanares debe situarse en el epílogo de la Década Moderada (1844–1854), período dominado por la figura de Ramón María Narváez y caracterizado por la aplicación de la Constitución de 1845, de carácter oligárquico y centralista. Durante diez años, el régimen moderado había consolidado un Estado fuerte, basado en el orden y la autoridad, pero a costa de restringir gravemente la representación política, controlar la prensa y favorecer una red clientelar que benefició a una élite reducida.

La crisis del sistema se agudizó con el gobierno de Luis José Sartorius, conde de San Luis, símbolo de la corrupción y el nepotismo. La exclusión de los progresistas del poder, la desafección del ejército y la crisis económica de 1854, agravada por el alza de los precios y la especulación ferroviaria, generaron un clima insurreccional. En este contexto estalló el pronunciamiento de Vicálvaro el 30 de junio, encabezado por O’Donnell. Aunque militarmente indeciso, el movimiento adquirió fuerza política gracias a la publicación del Manifiesto.

El documento, redactado con la maestría retórica de Cánovas, logró conciliar a moderados reformistas y progresistas, ofreciendo un programa moderadamente liberal, suficientemente amplio para reunir en torno a él tanto al ejército como a la burguesía urbana. Su lenguaje, más conciliador que revolucionario, evita los términos republicanos o radicales y se sitúa en la tradición del liberalismo doctrinario, inspirado en la idea de equilibrio entre orden y libertad.

El triunfo del movimiento desembocó en la formación de juntas revolucionarias en todo el país y en el nombramiento de Espartero como presidente del Consejo de Ministros, con O’Donnell en la cartera de Guerra. Se inauguraba así el Bienio Progresista (1854–1856), uno de los periodos más intensos de reformas del liberalismo isabelino. Durante esos años se promulgaron leyes fundamentales como la Desamortización General de Madoz (1855), la Ley General de Ferrocarriles o la redacción del Proyecto constitucional de 1856, que, aunque no llegó a promulgarse, recogía los principios del liberalismo avanzado: soberanía nacional, sufragio más amplio, libertad de imprenta y reconocimiento de los derechos individuales.

Sin embargo, el bienio fracasó en su intento de establecer un equilibrio estable entre las fuerzas políticas. La ruptura entre Espartero y O’Donnell, la agitación social y el temor al desorden llevaron a un nuevo giro conservador. En 1856 Isabel II restableció la Constitución de 1845 y devolvió el poder a los moderados.

Con todo, el Manifiesto de Manzanares no solo marcó el inicio del Bienio Progresista, sino que simbolizó la aspiración recurrente del liberalismo español a regenerarse mediante la reforma y la moralización del poder. Fue el antecedente ideológico de la síntesis canovista de la Restauración: monarquía constitucional, alternancia de partidos, respeto al orden y legitimidad parlamentaria.

El Manifiesto de Manzanares es, en esencia, una declaración política de transición, situada entre el inmovilismo moderado y la revolución democrática. Supuso la reafirmación del principio liberal frente a la corrupción del régimen, sin romper con la monarquía ni con el orden constitucional. Su importancia histórica radica no solo en haber desencadenado el Bienio Progresista, sino también en su condición de texto fundacional del liberalismo regeneracionista español, que culminará con el propio Cánovas décadas después.

Desde la perspectiva actual, este documento conserva una sorprendente vigencia: la apelación al mérito frente al clientelismo, la descentralización frente al centralismo asfixiante y la regeneración moral de la política siguen siendo demandas presentes en la vida pública española. El Manifiesto de Manzanares, en suma, encarna uno de los ideales más persistentes de la historia contemporánea española: la búsqueda del equilibrio entre libertad y estabilidad, entre reforma y continuidad.

Bibliografía:

– Artola, M. (2001). La España liberal (1808–1874). Madrid: Espasa-Calpe.

– Fontana, J. (2019). La época del liberalismo. Madrid: Crítica.

– Martínez Carreras, U., & López-Cordón, M. V. (1993). Análisis y comentarios de textos históricos. Madrid: UNED.

– Seco Serrano, C. (2005). Isabel II: Los espejos de la reina. Madrid: Taurus.

– Suárez Cortina, M. (2020). El liberalismo español: Historia y legado. Madrid: Síntesis.

– Bahamonde, A., & Martínez, J. (2021). Historia de España contemporánea (1808–2020). Madrid: Cátedra.

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